La juventud: una maravilla de Paolo Sorrentino

Tuve la oportunidad de ver «La Juventud» (Youth, 2015) en el cine y la dejé pasar. Ahora me arrepiento. Lo cierto es que me daba pereza ver la nueva película de Paolo Sorrentino tras «La Gran Belleza» (2013), porque pensaba que no sería más que un intento de repetir la misma fórmula que le llevó a ganar el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

La verdad, no iba desencaminado. Sorrentino vuelve a transitar el mismo camino que en su anterior entrega y lo hace, en mi opinión, de una forma magistral. «La Juventud» te atrapa desde la primera secuencia de la banda girando sobre sí misma hasta el último y fugaz plano final.

Y es que cada plano, cada encuadre, cada movimiento de cámara están pensados al milímetro y ejecutados a la perfección para crear escenas maravillosas. Se nota que Sorrentino lo da todo en cada momento de la película como si cada uno fuera el más importante y el que confiere el sentido a la cinta.

Todo esto resaltado con una cuidadísima fotografía a cargo de Luca Bigazzi, que es excelente sin resultar cargante. Nada de pintarlo todo de tonos sepias o verdes o lo que toque para evidenciar el trabajo de fotografía -algo tan de moda ahora-. Es decir, nada de brocha gorda. Bigazzi demuestra que se puede conseguir una fotografía preciosa sin renunciar a la naturalidad ni recurrir a demasiados trucos.

Y luego está el apartado sonoro. Sorrentino lo cuida como hacía mucho tiempo que yo no veía en una película. Con estos elementos -encuadre, fotografía y sonido- y con las estupendas localizaciones el director italiano construye cada escena como si fuera una experiencia única. Realmente es una gozada para los sentidos ver «La Juventud».

Pero claro, quien haya llegado hasta aquí podría pensar -con razón- que si lo primero que se destaca es el apartado técnico antes que la historia, lo que se cuenta, o el guion; malo, sospechoso. Bien, en general es cierta esta apreciación. O por lo menos yo pensaría de la misma manera. Pero tengamos en cuenta algunas cuestiones.

En primer lugar tengamos en cuenta que «La Juventud», y la obra de Paolo Sorrentino en general, es cine de autor. Es decir, la figura del director, su personalidad y su visión están muy presentes, y son incluso evidentes, en la película. Esto hace que el espectador se distancie de la historia que se cuenta, ya que la artificialidad de la forma lleva a que te centres más en ella que en lo demás.

Vamos, que en todo momento se le recuerda al espectador que está viendo una película, dificultando que este se sumerja en la historia y la acepte como creíble. Lo contrario es el cine donde el director es invisible, no te percatas de los planos, los encuadres, la fotografía o el sonido y te sumerges en la historia, la vives, te la crees.

Esta opción de Sorrentino por hacer -su- cine de autor conlleva necesariamente que la parte de la trama y el guion sean secundarios con respecto a la forma. Sin embargo no por ello significa que esta no esté a la altura. De hecho en «La Juventud» nos encontramos con una serie de reflexiones sobre el paso del tiempo y la dicotomía juventud-vejez de lo más sugerente e interesante.

Aunque también es verdad que el guion está cogido con pinzas. La película funciona con una sucesión de escenas -en algunos casos casi sketches– y sentencias algo pedantes -y hasta cierto punto superficiales a veces- un tanto inconexas entre sí. Y esto es lo peor que se puede decir de «La Juventud». Ya que aunque Sorrentino camina por el filo de lo absurdo nunca llega a caer del lado del ridículo.

Le ayuda a salir airoso del trance el fino sentido del humor del que hace gala durante toda la película. La mayoría de escenas contienen algún tipo de punto cómico o irónico, ya sea en los diálogos, en la situación o incluso en la parte de la escenografía. «La Juventud» es divertida, y es imposible verla sin que emerja una sonrisa en más de una ocasión.

Pero no acaban aquí las virtudes de la última película de Paolo Sorrentino. El elenco de actores protagonistas es también un enorme acierto. Michael Caine y Harvey Keitel, como la pareja de amigos que pasan el verano en un balneario de los Alpes, se comen literalmente la pantalla. Están enormes los dos. Paul Dano también lo borda en un papel secundario pero a ratos genial. La que está más floja quizá sea Rachel Weisz cuya actuación no está a la altura del resto.

En definitiva, «La Juventud» es una comedia dramática para reflexionar sobre el paso del tiempo, la juventud perdida y lo que de verdad importa en la vida. Lo que cada uno compre o no de este discurso ya depende de cada cual. Pero sobre todo es una experiencia sensorial -visual y sonora- para disfrutarla como pocas veces da la oportunidad el cine actual.

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