El puente de los espías: cine de género y propaganda barata

Steven Spielberg es uno de los mejores directores de cine que hay, las cosas como son. Posee una maestría para narrar historias con un ritmo perfecto, unos encuadres envidiables y un saber hacer con pocos precedentes equivalentes en la historia del séptimo arte.

Tanto es así que consigue, por ejemplo, que me haya gustado una película sobre un caballo, algo a priori sin ningún interés para mí. Y es que de Spielberg me acaban gustando la mayoría de sus películas, a pesar de que suelo enfrentarme a ellas con bastante escepticismo.

El problema es que todo ese talento se diluye en su empeño en realizar cine para el gran público, para toda la familia. Sin duda es un maestro en ello, pero yo personalmente preferiría que aprovechase su maestría en hacer un cine más elevado, más profundo o en general para un público más adulto.

«El puente de los espías» va en esta última línea. Una apuesta por el cine clásico de espías y de la Guerra Fría. Spielberg consigue meterte en las historia y llevarte, a lo largo de las casi dos horas y media que dura, de la forma más fluída posible. Cada encuadre es una lección de cine y la narración no decae ni un solo momento. La única pega que le puedo encontrar a la dirección es el uso para mí excesivo de gran angulares en los espacios pequeños, lo que en demasiadas ocasiones acababa deformando la imagen. Por lo demás ninguna pega, una película dirigida con el oficio de un maestro.

El problema está en el guion. Los hermanos Coen firman junto a Matt Charman un guion maniqueo hasta decir basta. Los americanos son muy buenos y los rusos son muy malos. Punto. A estas alturas, pasado ya tanto tiempo de la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética, este tipo de visión simplista y propagandística debería estar ya superada, digo yo.

«El puente de los espías» es cine clásico, con todas sus ventajas e inconvenientes. Entre las ventajas está que te vas a encontrar justo lo que esperas: cine de espías, con la estructura que cabe esperar de este tipo de cine. Entre los inconvenientes están todos los clichés y tópicos del género y sobre la Guerra Fría.

En resumidas cuentas, en cuanto al trasfondo político e histórico del guion, casi toda la película es un insulto a la inteligencia del espectador, lo que hace muy difícil poder disfrutar relajadamente de este producto de propaganda política tardía.

En la parte positiva, además de la dirección, encontramos algunos destellos de humor sutiles, muy al estilo Coen. Y también algunas actuaciones, especialmente la de Mark Rylance, que hace un gran trabajo como el espía soviético.

Sin embargo la omnipresencia de Tom Hanks me empacha. No cabe duda de que es un gran actor, pero ese gesto compungido -que es casi el único registro que le podemos ver en el «El puente de los espías«- me resulta muy cansino.

Otro aspecto positivo es la música. Me llamó la atención y me gustó mucho la partitura de Thomas Newman. Spielberg no ha contado esta vez con John Williams, pero Newman está de sobra a la altura.

En definitiva, esperaba mucho más de la unión de Steven Spielberg y los hermanos Coen. Desde luego no una cinta de propaganda anticomunista a esta alturas de la vida. Pero si eres capaz de abstraerte de eso, y te gusta el cine de espías, no te vas a equivocar y te vas a encontrar una cinta muy bien hecha con la que pasar un buen rato.

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