El Oficial y el Espía, un Roman Polanski tan solvente como frío
La semana pasada llegó a las salas de cine una de las películas más esperadas de la temporada: El Oficial y el Espía (J’accuse) de Roman Polanski. Como cada película del director francés últimamente, ha venido precedida de la recurrente polémica sobre la violación a una menor de edad en Estados Unidos en los años 70, lo que lo ha tenido exiliado de aquel país durante décadas.
En tiempos del #MeToo este tipo de antecedentes no se toleran, y me parece muy bien -siempre que no se conviertan en una injustificada caza de brujas, como en el caso de Woody Allen-. En el festival de Venecia la polémica saltó cuando la presidenta del jurado, Lucrecia Martel, se negó a asistir a la gala de Polanski con motivo de la película. Irónicamente, ese mismo jurado presidido por Martel le otorgó el Gran Premio del Jurado. Cosas de la vida.
El Oficial y el Espía es una película histórica basada en la novela de Robert Harris, y con guion del propio Polanski, que narra los hechos reales acontecidos en Francia a finales del siglo XIX sobre el caso Dreyfus. El capitán Alfred Dreyfus es acusado y condenado por traición injustamente, un chivo expiatorio al que el hecho de ser judío en una época bastante antisemita le costó muy caro.
El argumento se centra en el coronel Georges Picquart (Jean Dujardin), quien comienza a investigar y al tirar del hilo se da cuenta de la injusticia y del oscuro entramado de intereses políticos y de poder que hay detrás. El título original en francés J’accuse hace referencia al célebre artículo de Émile Zola Yo Acuso sobre el caso Dreyfus.
En definitiva, El Oficial y el Espía se trata de un ajuste de cuentas con la verdad y la justicia. La cuestión es que mucha gente ha visto en esta película un paralelismo con la historia personal del propio Roman Polanski. Puede que algo haya. Seguro que el director se ha sentido cómodo, e incluso puede que muy motivado, relatando esta historia de persecución e injusticia. Pero más allá de eso, en mi opinión las comparaciones están cojidas con pinzas y no merece la pena dedicarle más tiempo a esa cuestión.
En lo estríctamente cinematográfico, El Oficial y el Espía es una excelente cinta de época rodada con un pulso impecable. Nos recuerda al mejor Polanski en su vertiente clásica con películas como El Pianista (2002). Es incuestionable el oficio de este director, que se encuentra entre los grandes de la historia del cine, aún hoy día a sus 86 años.
Pero El Oficial y el Espía es una película fría. Polanski pretende relatar los hechos desde la objetividad, y para ello toma distancia. Quizá demasiada. Me gusta más el Polanski oscuro, retorcido y emocional -al que recientemente pudimos ver en La Venus de las Pieles (2013)-, que este más clásico e histórico.
Dicho esto, no cabe duda de la calidad de una película narrada con un pulso impecable. A la ambientación muy lograda hay que sumarle la excelente interpretación de Jean Dujardin como el coronel Georges Picquart, así como la caracterización de Louis Garrel como Dreyfus -al que hemos visto en Mujercitas de Greta Gerwing-, y que aquí está irreconocible.
Sin embargo no me convence la presencia de Emmanuelle Seigner -mujer y musa de Polanski- en el papel femenino de Pauline Monnier, la amante de Dujardin. Se nota demasiado que es un personaje encajado a la fuerza en la película para cumplir con el cupo femenino en una trama completamente masculina. Y también, por qué no decirlo, para que Polanski pudiera darle un papel a su mujer en el reparto. Algo que sobra, ya que Seigner nunca ha sido una buena actriz. Pero así todo queda en casa.
El Oficial y el Espía es una estupenda cinta de época, que cuenta unos hechos históricos quizá más interesantes para el público francés -ya que forman parte de su historia y su imaginario- que para el resto del mundo. Sin embargo, la corrupción política y la injusticia nunca pasan de moda, y en ese aspecto la película de Polanski es más actual que nunca.
- Emmanuelle Seigner