Toni Erdmann es original, simpática y sobrevalorada

Una de las candidatas más firmes para llevarse el Oscar a la mejor película de habla no inglesa de este año es Toni Erdmann. Se trata de una comedia dramática alemana que en los últimos meses ha ido cosechando nominaciones y premios por toda Europa.

Toni Erdmann nos habla de la relación entre un padre algo excéntrico, Winfried,  y su hija Ines, una profesional volcada en su trabajo. Entre ellos hay un una distancia que no es solo física -ella está destinada en Bucarest-, sino que también lo es personal. Winfried descubre que su hija no es feliz y, de una forma muy personal, intenta ayudarla a la vez que acorta la distancia entre ellos.

Para ello Winfried se inventa un personaje, Toni Erdmann, que es un reflejo del mundo empresarial en el que se mueve Ines y, por qué no, también de ella misma. Así Ines va recorriendo un camino de reencuentro con su padre y consigo misma.

Este contexto sirve también para hacer una fina crítica social a la actual y despiadada cultura empresarial que olvida a las personas. Especialmente se ve en el contraste entre los altos ejecutivos que planean recortes de personal y la realidad de la sociedad de Bucarest.

Todo a través de situaciones de lo más disparatadas, esperpénticas o directamente ridículas. Es en estos momentos donde se entrevé la parte de comedia de Toni Erdmann. Y digo entrevé porque en general la película es más surrealista que graciosa. Digamos que es simpática. Igual es que el humor alemán es así.

En cualquier caso es en esos momentos donde radica la fuerza de Toni Erdmann. Aunque bien intencionada, la historia en sí no da para mucho. Solo en su planteamiento formal, original y alejado de lugares comunes, es cuando destaca como una obra diferente.

El desarrollo lento me parece un acierto a la hora de relatar las peripecias de padre e hija. No hay que confundir que la película sea lenta con que no tenga un buen ritmo. Al contrario, este no decae en ningún momento. Sin embargo el metraje es claramente excesivo -dura dos horas y cuarenta minutos-. Una vez más lo mismo se podría haber contado en menos tiempo y habría quedado igual de bien.

La película se sostiene por la actuación de sus dos protagonistas. Desde luego Peter Simonischek en su papel de Winfried Conradi/Toni Erdmann es la clave del film, especialmente gracias a sus caracterizaciones. Pero no os perdáis de vista al papel de Ines que encarna Sandra Hüller y su evolución a lo largo de la película, que no es menos central y está repleta de momentazos, como cuando canta la canción con su padre o cómo afronta su fiesta de cumpleaños.

Toni Erdmann es posiblemente una de las películas más curiosas que he visto este año. Desde luego es interesante, original y consigue arrancar alguna sonrisa. Pero tampoco creo que esté a la altura de las críticas que ha ido recibiendo. Para ver sin prisas un domingo con toda la tarde por delante.

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