En noviembre se estrenó en los cines El Poder del Perro, la última película de la directora Jane Campion que desde principios de diciembre también podemos ver en Netflix. Campion hacía más de una década que no dirigía una película, y es conocida por ser la realizadora de El Piano (1993), su única película verdaderamente destacable hasta la fecha.
El Poder del Perro es un western ambientado en las primeras décadas del siglo pasado, cuando el propio concepto de western estaba ya más vivo en el nuevo arte del cine que en la vida real. Dos hermanos regentan su importante rancho, cuando uno de ellos se casa llegan a la hacienda la mujer y su hijo, lo cual generará cierta tensión con el otro hermano.
La calidad de la producción de El Poder del Perro está fuera de discusión. Una excelente fotografía a cargo de Ari Wegner, unas escenas y unos planos excelentes, un elenco notable y una música maravillosa -lo mejor de la película- responsabilidad de Jonny Greenwood de Radiohead.
El ritmo de la narración es lento desde el principio, pero no por ello malo. La cinta avanza de manera firme y sólida hacia su desenlace. El principal problema es que parece que ese ritmo lento promete más de lo que al final nos va a dar, y es casi imposible no acabar algo decepcionado.
La mayor debilidad de El Poder del Perro se encuentra en el guion, basado en la novela de Thomas Savage y también firmado por la propia Jane Campion. La evolución de los personajes deja mucho que desear, pasando de un estado al siguiente de forma tan brusca y sin justificación que resulta muy poco creíble.
Da la impresión de que han tenido que recortar mucho la película para ajustarla a las dos horas de duración, sacrificando mucha de su coherencia interna por el camino. Sin embargo, si El Poder del Perro ya es lenta y larga de por sí, cabría pensar que quizá otro guionista con más pericia sí habría sabido contar mejor todo lo que hay que contar en ese tiempo, ya que dos horas es más que suficiente para lo que finalmente aquí se nos narra.
Lo cierto es que la película contiene mucho relleno para al final contarnos una pequeña anécdota. Muchas de las escenas no tienen más función que la de despistar al espectador y apartarlo del foco de lo que finalmente ocurrirá. La parte buena del guion es que no es del todo evidente y el final no acaba explicado claramente al público, no se da masticado como tan acostumbrados nos tienen ahora. Aunque sí que hay algún subrayado que mejor se podrían haber ahorrado, qué le vamos a hacer.
El otro punto fuerte de El Poder del Perro, como parte de su estupenda producción, es el elenco. Por supuesto, si por algo merece la pena ver esta película es por la enorme interpretación de Benedict Cumberbatch, el cual es en realidad el centro del relato. Sin embargo, Kirsten Dunst está francamente desperdiciada. Podría haber dado mucho más de sí si el guion no hubiera truncado buena parte de la evolución de su personaje. Jesse Plemons tampoco destaca especialmente -llegando a desaparecer de la película sin que nos importe-. Siempre me ha parecido un actor un tanto limitado desde que saltó a la fama por su participación en la serie Breaking Bad.
Por último, hay que destacar la interpretación de Kodi Smit-McPhee, el otro personaje realmente relevante de la película. El duelo interpretativo entre él y Cumberbatch es otra de las cosas por las que merece la pena ver El Poder del Perro. A Smit-McPhee lo conocemos, si somos capaces de distinguirlo debajo de tanto maquillaje, por haber encarnado al Rondador Nocturno en las películas de X-Men.
En definitiva, El Poder del Perro es una película de factura impecable, con una gran ambientación y excelentes interpretaciones. Es una lástima que su desenlace final no sea suficiente por sí solo para justificar un desarrollo tan lento como episódico de los personajes. Podría haber llegado a más pero se ha quedado a medio gas.
- La música en concreto
- Benedict Cumberbatch y Kodi Smit-McPhee
- Los agujeros de guion