No me atrevería a decir que a todo el mundo nos guste el cine como arte. Pero sin duda a la mayoría nos gusta ir al cine, que no es lo mismo, pero es igual.
La verdad es que es bastante inexplicable, porque a veces es difícil disfrutar de una película rodeados de tanta gente cada uno de su padre y de su madre. Desde el de al lado al que le huelen los pies, al que masca las palomitas a dos carrillos, pasando por quien comenta la película en voz alta como si estuviese en el salón de su casa. Por no hablar de los niños, que hablan, lloran, gritan… y tú te preguntas qué clase de padres llevan a sus hijos pequeños a ver Saw IV.
Sin embargo el atractivo de la sala de cine es indiscutible. Ya sea por lo enorme de la pantalla y la calidad del sonido, o porque la oscuridad te obliga a centrarte en la película -algo que a veces es muy difícil de hacer en la tele de casa-. El cine también es un acto social, con amigos o como salida socorrida para parejas que no tienen mucho que decirse -lo de meterse mano en la fila de los mancos ya pasó a la historia-.
El caso es que a pesar de todo por alguna razón las salas de cine siempre están en crisis. Desde la aparición de la televisión, seguida de la del vídeo y el auge de los videoclubs, hasta la puntilla que supuso Internet y la posibilidad de descargar las películas.
Para contrarrestar toda esta competencia se ensanchó la pantalla haciéndola panorámica, se mejoraron los sistemas de sonido haciéndolos envolventes, se implantó el 3D… Todo para atraer a las salas a un público que para ver cine ahora tenía muchas otras alternativas.
Nada de eso acabó de funcionar nunca. Si bien el público no ha dejado de ir al cine, lo cierto es que el goteo constante de pérdida de espectadores no ha cesado tampoco. Hasta que a alguien se le ocurrió lo de «La Fiesta del Cine«, claro.
¿Y qué es «La Fiesta del Cine«? Pues ni más ni menos que tres días en los que la entrada cuesta más barata. Ni Cinemascope, ni Dolby Surround, ni 3D. ¡Es el precio, estúpidos! De ver las salas casi vacías a verlas repletas hay una diferencia de 3 euros.
Esa es la razón por la que lo que fue un experimento puntual se ha convertido en una oferta recurrente: porque funciona. La gente va en masa al cine y las salas hacen caja. Nos gusta ir al cine, pero a 8 euros la entrada es para pensárselo. Y más si la oferta es tan limitada y de baja calidad -aunque eso da para otro post-.
Gracias a «La Fiesta del Cine» la industria ya sabe a ciencia cierta que, a pesar de Internet y la televisión, estamos dispuestos -y deseando- ir al cine a precios razonables. Aún así, salvo estos tres días, mantienen los precios desorbitados y sus salas semivacías. Ellos sabrán. Yo tengo alternativas.