(sin spoilers)
Por fin he visto la séptima y penúltima temporada de Juego de Tronos. ¡Qué estrés! Y qué descanso. Y es que esta temporada se ha caracterizado por vivir con el miedo a los spoilers. Cuidado con ojear las redes sociales, porque más pronto que tarde alguien se iba a ir de la lengua y destriparte algo del último capítulo emitido. Así que nada, todo el mundo pendiente de ver cada entrega lo antes posible, no sea que te lo arruinen.
Esta situación tiene que ver principalmente con la disponibilidad y popularización del servicio HBO España. Ahora se pueden ver los capítulos a la misma vez que se publican en todo el mundo -incluso ya doblados al español-. Y da igual que se difundan a las tres de la madrugada del domingo al lunes, siempre hay alguien que se queda para verlo. Por cierto, he tenido la oportunidad de probar HBO España y he de decir que la plataforma deja mucho que desear. Tendrán las mejores series, pero el servicio es lamentable. En ese sentido Netflix le da mil vueltas.
Más allá de estas cuestiones técnicas y la angustia por los spoilers -que también se repetirá el año que viene con la octava y última-, lo cierto es que la séptima temporada de Juego de Tronos ha supuesto un cambio cualitativo con respecto a las anteriores. Y en general ha sido para bien, aunque no está exento de problemas.
Hagamos un poco de historia de cómo ha evolucionado la serie para entender mejor qué suponen estos cambios. Comenzamos con unas primeras temporadas que iban a la par de los libros. Una excelente producción, un buen ritmo y una gran historia. Juego de Tronos cogió todo lo bueno de los libros desechando la paja -la mucha que había- y creó una de las mejores series de televisión de la historia.
Sin embargo, como ya comenté a propósito de la sexta, las últimas temporadas empezaban a estar lastradas muy gravemente por los libros. Por un lado porque los libros son un desastre literario, y por otro porque la serie ya había avanzado más que las novelas publicadas hasta ahora por George R. R. Martin. La consecuencia fue que la quinta y sexta temporadas resultaron dispersas, desorientadas, largas y aburridas.
Por fortuna los productores de la HBO se dieron cuenta de que estaban perdiendo el norte y tomaron la mejor decisión posible: dejar de divagar y terminar Juego de Tronos en dos temporadas dándole un final digno. Y además no hacerlo de cualquier forma, sino reduciendo el número de capítulos a siete y seis respectivamente. Es decir, contar lo que hay que contar sin estirarlo más de la cuenta para alcanzar artificiciosamente los diez capítulos por temporada. Y además hacerlo bien, con la mejor producción y el presupuesto para veinte capítulos concentrado en trece.
Resultado de esta decisión ha sido la séptima temporada de Juego de Tronos que acaba de emitirse por la HBO -también en medio de polémica por hackeos, filtraciones y errores propios al publicar algunos capítulos anticipadamente, pero eso es otra historia-.
Esta temporada ha remontado el vuelo con respecto a las anteriores. La historia avanza. Parece una perogrullada pero, visto lo visto -y en especial los libros en los que se basa la serie-, es casi un milagro. Pasan cosas, es emocionante, hay giros inesperados y se van cerrando algunas tramas. Esto último también es de agradecer. Cuando una serie se acerca a su final hay que ir empezando a cerrar cosas, porque si no te puede pasar como al final de Perdidos.
Sin embargo la coherencia interna de la serie en cuanto al ritmo ha saltado por los aires. Lo que anteriormente tardaba en desarrollarse varios episodios, o incluso varias temporadas, ahora se resuelve en un visto y no visto. La historia avanza tan deprisa que podríamos decir que se precipita demasiado. Las elipsis temporales son exageradas hasta el desconcierto.
No es de recibo que lo que tan pausadamente ocurría en las temporadas quinta y sexta ahora en la séptima sea tan arrebatado. Han pasado de un extremo al opuesto y ahora todo se ve demasiado precipitado, rompiendo el ritmo que hasta ahora llevaba la serie.
Esto es una pena, porque cuando en el futuro se vea Juego de Tronos como un todo ya concluido estos cambios de ritmo tan exagerados entre una temporada y otra le restarán coherencia y le restarán puntos a la que sin duda ya es una de las mejores series de la historia de la televisión.
Aún así es casi lo mejor que podían hacer los productores. Peor hubiera sido seguir con la deriva que estaban llevando las temporadas quinta y sexta por su empeño en ser fieles a los libros.
Ahora, totalmente liberados del lastre de la obra de George R. R. Martin por fin Juego de Tronos vuelve a funcionar y promete un final en la próxima temporada a la altura de lo que ha sido la serie.