Después de más de un mes centrado en los Oscars vuelvo al cine más comercial -como si el otro no lo fuera- con Gorrión Rojo dirigida por Francis Lawrence y protagonizada por Jennifer Lawrence. Por si os pica la curiosidad: aunque ambos comparten apellido no están emparentados.
Gorrión Rojo es la típica película de espionaje. Quizá demasiado típica. Aunque esto en los films que son tan de género puede ser una virtud: mejor dar al público lo que quiere que hacer experimentos con gaseosa, que diría aquel. Pero ojo, no es un thriller de acción como la reciente y muy digna Atómica (David Leitch, 2017). Lo digo porque la han vendido un poco como si lo fuera y más de una o de uno puede acabar llevándose una decepción.
Jennifer Lawrence es Dominika Egorova, una bailarina de ballet clásico que, tras un accidente, tiene que abandonar su profesión y es reclutada como agente de espionaje para el gobierno ruso. A partir de ahí recibe un entrenamiento como «gorrión».
En la escuela le enseñan todo tipo de técnicas, pero el director se centra casi en exclusiva en las artes amatorias que convierten a las gorriones en poco más que prostitutas. Esta parte de la película está muy desequilibrada. Resulta evidente que el propósito de tan morbosas enseñanzas no es otro que el tener la justificación para acabar mostrando a Jennifer Lawrence semidesnuda. Lo que al fin y al cabo es el reclamo comercial de la película. Triste. Lo peor del film.
Por lo demás el guion es tan retorcido y tramposo como cabe esperar del típico cine de espías. Quizá demasiado rebuscado y, en cualquier caso, bastante previsible. Dicho lo cual si te gusta este tipo de cine negro Gorrión Rojo la vas a disfrutar. La única pega es su excesiva duración. No se hace larga a pesar de eso, pero quizá diez minutos menos la habrían hecho mucho mejor.
También hay que decir que Gorrión Rojo encaja a la perfección en lo que podríamos llamar «cine de propaganda yanqui«. Además muy burdo todo. Transcurre más o menos en la actualidad y los rusos vuelven a ser los malos malísimos sin escrúpulos de ningún tipo, mientras que los norteamericanos son quienes tienen buen corazón. Vamos, como si estuviéramos aún en plena Guerra Fría.
¿A qué viene que a estas alturas alguien haga una película en estos términos tan maniqueos? Pues sin duda al papel activo que está jugando Rusia en Oriente Medio, en especial en la guerra de Siria. Así que la máquina de propaganda que es Hollywood se pone en marcha y saca películas como Gorrión Rojo, para que el público se quede con la idea de lo malos que son los rusos. Más adelante cuando ese mismo espectador despistado vea el típico telediario manipulado en, por ejemplo, Antena 3, todas las piezas encajarán en su cabeza. O por lo menos eso es lo que se pretende. Y seguramente es lo que se consigue en muchos casos.
Toda la película gira en torno a la interpretación de Jennifer Lawrence como Dominika. Lawrence mantiene el tipo en un papel tan protagonista y agotador. Yo siempre he dicho que es una buena actriz, y ha defendido papeles de forma más que digna en películas como Joy (David O. Russell, 2015) o madre! (Darren Aronofsky, 2017). Sin embargo en este caso no creo que sea su mejor interpretación. Ya sea porque el papel no daba para más, porque ella no estaba en su mejor momento o porque Francis Lawrence no es un buen director de actores; lo cierto es que la he notado muy de cartón piedra casi todo el metraje.
Los secundarios tampoco destacan, aunque están correctos. Joel Edgerton, como el espía yanqui, es quizá el que desarrolla un personaje un poco más elaborado. Además contamos con la presencia de dos grandes como Charlotte Rampling y Jeremy Irons, en dos roles que son poco más que cameos para «darle la calidad a la película«.
Gorrión Rojo es una producción correcta que no destaca en nada pero que entretiene y gustará a quien sea fan del cine de espías. Siempre y cuando la descarada propaganda yanqui no os chirríe demasiado.