El Faro es la aclamada segunda película del director Robert Eggers. A Eggers lo conocemos por su ópera prima La Bruja (2015), una cinta de terror atípica que se ha convertido en una película de culto para muchos. Para mí, sin embargo, no es más que una propuesta floja, tan pretenciosa como sobrevalorada.
El Faro, por otra parte, viene a confirmar a Eggers como un director muy solvente y en trayectoria ascendente. Sigue en la línea marcada con La Bruja: un cine de terror psicológico que se desmarca de los cánones del género. Pero en esta ocasión lo hace con mucha más calidad.
En El Faro tenemos una isla inhóspita, muy mal tiempo, dos hombres y, por supuesto, un faro. No hace falta más -ni menos- para contar una historia claustrofóbica, paranoica y desconcertante. Algo que no podemos negar que hemos visto mil veces antes. Sin ir más lejos me recuerda a El Resplandor de Stanley Kubrick o a Anticristo de Lars von Trier -aunque quizá esto último tenga mucho que ver con la presencia de Willem Dafoe.
Pero para Robert Eggers, al igual que ocurría en La Bruja, la historia es lo de menos. Parece que le importa mucho más el cómo que el qué y lo apuesta casi todo a la forma, la cual es excelente, así que hablemos de ello.
En primer lugar en El Faro se toman dos decisiones artísticas. La primera rodar en blanco y negro, y la segunda optar por un formato de imagen de relación de aspecto de 1.19:1, lo que equivale a ser prácticamente cuadrado.
El blanco y negro me parece fundamental para esta película. Mientras que en otras películas de terror psicológico como Midsommar, el color y la luz del día forman parte de la forma de transmitir el suspense al espectador; en El Faro el uso del blanco y negro es clave para generar angustia y la atmósfera asfixiante. La violencia y la amenaza del mar no habría sido la misma si lo viéramos azul. Todo esto sumado a la maravillosa fotografía e iluminación a cargo de Jarin Blaschke hacen de esta decisión algo muy acertado.
Más discutible es elegir un formato de imagen cuadrado. No parece necesario para contar esta historia, y sí más un capricho para llamar la atención y desmarcarse como un director «artístico». El uso del formato cuadrado no aporta a la narración, por ejemplo, la opresión que vimos en El Hijo de Saúl de László Nemes, donde muchas veces era más importante lo que quedaba fuera del encuadre que lo que veíamos en él.
Por otra parte, sin embargo, El Faro nos deja una colección de postales basadas en una cuidadísima simetría que no habrían tenido la misma fuerza y belleza en un formato más panorámico -gracias una vez más a la excelente fotografía e iluminación-. Un uso de la simetría que vuelve a recordarme al mencionado Kubrick.
El otro pilar de la película es el duelo interpretativo entre Willem Dafoe y Robert Pattinson. Dafoe está tremendo, como nos tiene acostumbrados, o quizá más. No entiendo que no esté por lo menos nominado al Oscar al mejor actor, aunque sea de reparto. Por su lado, un irreconocible Robert Pattinson realiza el que seguramente sea el mejor papel de toda su carrera.
Ambos, junto con el director de fotografía, salvan la película de zozobrar. Recientemente vimos 1917 de Sam Mendes, la cual tenía el mismo problema que El Faro: una forma espectacular, pero un fondo más bien simplón que dejaba mucho que desear.
Aún así la segunda película de Robert Eggers merece mucho la pena, y lo sitúa como uno de los directores más interesantes a los que seguirles la pista. De continuar en esta trayectoria ascendente quizá la próxima sí sea completamente redonda.
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