No habrá unidad popular, ya es un hecho. No puede haberla sin Podemos y no puede haberla sin IU. El carpetazo a las negociaciones que dio ayer la formación de Pablo Iglesias deja huérfana a toda la gente que tenía alguna ilusión en la unidad de las y los de abajo.
No voy a entrar en quién tiene la culpa de qué, pero sí es obvio que Podemos nunca tuvo voluntad de sumar fuerzas para crear una alternativa amplia al bipartidismo. Y no les culpo, porque tiene su lógica. La mejor baza que tienen es su marca y el liderazgo de Pablo Iglesias, y renunciar a eso -en todo o en parte- por algún tipo de experimento con gaseosa de última hora es desde luego arriesgado para ellos como formación política.
Lo que nos lleva a constatar otra cuestión, y es que Podemos hace tiempo que renunció a «asaltar los cielos«. Llegados a este punto van a lo seguro, a afianzar el porcentaje que le dan las encuestas -punto arriba, punto abajo-, y poco más. Queda lejos eso de «no nos conformamos con cinco diputados, hemos venido a ganar«. Ya está asumido que estas elecciones no se van a ganar por parte de las fuerzas transformadoras, que seguirán en el poder los mismos de siempre, y por lo tanto para ellos carece de sentido arriesgar con apuestas más amplias.
Es curioso porque precisamente de ese inmovilismo es de lo que se acusaba a Izquierda Unida: de conformarse de estar en la horquilla de entre el 5 y el 10% en vez de arriesgar para ganar de verdad el poder. Y ahora es Podemos quien se conforma con quedarse en su 14% -más o menos-.
Por su parte, IU ha hecho lo que tenía que hacer: poner toda la carne en el asador por conseguir una auténtica unidad popular, al estilo de Ahora Madrid o Barcelona en Común, que consiguiera generar una sinergia de ilusión que materializase que el cambio era posible si remábamos todos en la misma dirección. De ahí su decidida apuesta por Ahora en Común, un espacio externo impulsado por independientes cuyo fin era conseguir la tan ansiada unidad popular.
Esto ya no es posible, y por lo tanto lo que en este momento está en cuestión es el propio sentido de ser de Ahora en Común. En todo momento, cuando se habla de confluencia, siempre está sobre la mesa el tema del nombre y de qué hacer al respecto de las siglas de cada cual. Mi opinión es clara: lo importante es el fin. Si apartar la marca ayuda a sumar fuerzas -como en Ahora Madrid y Barcelona en Común-, pues adelante. Pero renunciar a las siglas a cambio de nada, o de una unidad popular ficticia, carece de sentido.
Se haga lo que se haga ya es tarde. Conozco a mucha gente que no va a perdonar a los actores implicados que les obliguen a elegir entre unos y otros, que se haya desaprovechado esta oportunidad y que después del 20D vuelvan a gobernarnos los mismos por no se sabe cuántos años más.
Ahora toca ir de frente. Plantear a la ciudadanía honestamente el programa, las propuestas y la trayectoria de cada cual. Que la gente decida qué le convence más, a pesar del espectáculo lamentable que será ver a formaciones que piensan muy parecido compitiendo por el mismo espacio.
Y el día después de las generales volverse a poner a trabajar por la unidad popular, porque es la única forma de derrotarlos.