Llevamos unos días bombardeados por imágenes de lo más trágicas y de lo más morbosas. Hablo obviamente del drama de los refugiados y, en concreto, de la foto de Aylan en la playa que todas y todos hemos visto. Esto me hace preguntarme dónde acaban el derecho a la información o la denuncia de la situación, y dónde comienzan el morbo puro y duro y la utilización interesada.
El caso concreto de Aylan es espantoso, pero nos escandalizamos única y exclusivamente porque existe una fotografía que lo testimonia. Sin embargo ignoramos la cantidad de dramas humanitarios que existen actualmente en el planeta, donde mueren decenas de miles de personas -entre ellos niños como Aylan, por supuesto-, de los que como europeos somos directamente responsables y de los que no tenemos ninguna noticia.
Por lo tanto la existencia del testimonio gráfico y su difusión son fundamentales para la información, denuncia y concienciación, por más duras que puedan resultar las imágenes.
Sin embargo, cuando ocurre algo como esto, es muy fácil caer -y de hecho se cae rápidamente- en el puro morbo. Los medios de comunicación las exponen profusamente porque que da audiencia; algunos políticos las utilizan hipócritamente para demostrar que tienen su corazoncito, mientras con la otra mano apoyan las intervenciones militares que las provocan. Y, lo peor, nosotros a veces no podemos evitar caer en el morbo y participar de alguna manera del dantesco espectáculo.
Por eso por otra parte dudo de cuál es la ventaja de difundir imágenes tan explícitas, de si realmente sirve de algo. O si solo contribuyen a insensibilizarnos y distanciarnos, viendo las tragedias a través de la televisión como si fuesen ficción. Yo personalmente en ningún momento he difundido por ninguna red la tristemente famosa foto de Aylan. Pero si no se hubiera difundido -como he apuntado antes- no se habría concienciado tanta gente de la envergadura del drama de los refugiados.
Tengo más dudas que respuestas, no tengo una postura clara ante este tema, pero lo que sí sé es que no me siento nada cómodo de cómo actuamos como sociedad.
¿Será que -como apunta la canción de Tool con la que ilustro este artículo- somos vampiros que nos alimentamos de la tragedia desde la cómoda distancia de seguridad de nuestros hogares?